Finalmente Antonio se dejó llevar. Él, que tantas verdades acarició con sus letras aterciopeladas, con su voz queda y suave. Él, que era de los que piensan que o te largas de una vez o no vuelves nunca hacia atrás, tomó el martes ese camino del que no se vuelve nunca. Él, que buscó en la heroína el sueño con sonido a mar, se ha ido en silencio, rodeado de los suyos, los que hacían la música y los que la escuchaban.
Vuelve por fin al sitio donde nació, donde se creó la primera luz junto a la semilla de cielo azul. El lugar del que vienen los genios, el sitio donde Dios se recrea forjando almas y talentos descomunales, y después dándoles voluntades minúsculas. Antonio, que nos juró tantas veces que había cambiado y tantas veces nos mintió, murió demasiado pronto, con muchísimo por hacer y por vivir. Las calles mojadas de Madrid que le vieron crecer están ahora húmedas por las lágrimas. Junto a su ataúd había tres guitarras, y me dicen los amigos que fueron a presentar sus respetos que nadie se atrevió a rasgarlas, por miedo a despertar los fantasmas terribles de algún extraño lugar.
Dicen que Nacho G. Vega, su primo, aguantó a pie firme, sin soltar más que dos lágrimas, seda y hierro en la mirada. El corazón lo tenía intacto, porque hace mucho que se lo cuida la chica de ayer. El ánimo era otra cosa, y repetía como todos que aún era pronto para Antonio, que tenía a medias un disco con el que iba de nuevo a romper horizontes hasta ayer prohibidos. Se marchó san Antonio, aventurero, romántico señor, se perdió más allá de las montañas dejándonos solo sus letras, escritas a boli en la pared.
Las mismas letras que he imbricado en todas y cada una de las oraciones de este artículo, las mismas que nos revelaron una historia que era a veces mentira y otras no era verdad. Para muchos, esas letras escribieron lo mejor de nuestra vida. Azul?
Vuelve por fin al sitio donde nació, donde se creó la primera luz junto a la semilla de cielo azul. El lugar del que vienen los genios, el sitio donde Dios se recrea forjando almas y talentos descomunales, y después dándoles voluntades minúsculas. Antonio, que nos juró tantas veces que había cambiado y tantas veces nos mintió, murió demasiado pronto, con muchísimo por hacer y por vivir. Las calles mojadas de Madrid que le vieron crecer están ahora húmedas por las lágrimas. Junto a su ataúd había tres guitarras, y me dicen los amigos que fueron a presentar sus respetos que nadie se atrevió a rasgarlas, por miedo a despertar los fantasmas terribles de algún extraño lugar.
Dicen que Nacho G. Vega, su primo, aguantó a pie firme, sin soltar más que dos lágrimas, seda y hierro en la mirada. El corazón lo tenía intacto, porque hace mucho que se lo cuida la chica de ayer. El ánimo era otra cosa, y repetía como todos que aún era pronto para Antonio, que tenía a medias un disco con el que iba de nuevo a romper horizontes hasta ayer prohibidos. Se marchó san Antonio, aventurero, romántico señor, se perdió más allá de las montañas dejándonos solo sus letras, escritas a boli en la pared.
Las mismas letras que he imbricado en todas y cada una de las oraciones de este artículo, las mismas que nos revelaron una historia que era a veces mentira y otras no era verdad. Para muchos, esas letras escribieron lo mejor de nuestra vida. Azul?
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