viernes, 22 de mayo de 2009

Antonio Vega

Luz Sela Méndez
viernes, 22 de mayo de 2009

No pertenezco a la generación de La Movida. Lo siento, de verdad, porque son ellos los que han hablado, los que han escrito estos días. Los que han contado de aquella libertad retorcida entre luces de neón, de tantos cigarrillos a medias por las calles de Madrid, de tantas noches canallas. Aquellas noches eternas, vividas junto a Antonio, compartiendo acordes, desafiando, unas veces, entregándose, otras, al lado más oscuro de la vida...

No pertenezco a la generación de La Movida. Lo siento. No sé de cuando la heroína esperaba en esquinas y portales... Tampoco he compartido whiskies con aquellos rebeldes que hacían de las cuerdas de una guitarra un arma más poderosa que la de cualquier ejército, ni he salido a la calle con el pelo teñido de naranja para llamar a esa libertad tan perdida, tan robada y tan soñada... Nací cuando Antonio Vega ya había escrito Chica de ayer. Lo había hecho dos años antes, y por aquel entonces, Nacha Pop preparaba el disco Buena Disposición. Crecí, escuchando aquella canción. Cada sábado, a las siete de la mañana. Apoyada en la ventana de mi habitación, mientras los últimos salían de la discoteca de mi abuelo. Aquella canción, que interrumpía confesiones de barra y besos de alcohol, y que sonaba tan diferente a las demás. Distinta, porque después, se cerraba la puerta y llegaba el silencio. Un silencio enorme, y distinto a cualquier otro silencio, que no he vuelto a escuchar nunca en ningún otro sitio. El silencio de los abrazos de los que habían ganado aquella noche, de los vasos estallados en el suelo por todos los que habían perdido aquella noche. Mientras yo pensaba en qué difícil es ser mayor... Mientras el disco de Antonio seguía girando en el tocadiscos... Crecí escuchando aquella canción y después, sin saber cómo ni por qué, aquella canción se convirtió en mi canción. La que siempre le pedía a Domin, el dueño de El Avión, ese bar de referencia que cada uno tiene en el corazón, y que ha sido testigo accidental de tantas noches, secretos y vergüenzas. Aquella canción, que sonaba al fondo, mientras buscábamos explicaciones lógicas a lo ilógico del amor y del desamor... mientras, poco a poco, nos íbamos haciendo mayores y nos resistíamos a crecer. No sabes las ganas que tengo de ir al Avión a tomarnos unos whiskies y escuchar La Chica de Ayer... me decía mi mejor amiga Cris, entre sesión y sesión de quimio... Era nuestro reto... volver al Avión, y escuchar La Chica de Ayer... Y ganar al cáncer. Volvimos. No pertenezco a la generación de La Movida. Lo siento. Y esta no es una gran historia. Es sólo la mía. Pero supongo que eso era, es, Antonio. Esa historia, la de Cris, la de Laura y Manuel, la de Eva, la de Luis, la de todos los que el martes por la noche, seguro, a la misma hora escuchábamos las mismas canciones. Descubriendo la melancolía de Antonio hasta en los gatos que arañaban la basura del contenedor. Recuerdo el último concierto al que fui. Apareció en silencio, cantó sus canciones, y se fue también en silencio. Sabíamos que volvería porque faltaba una. Faltaba aquella canción. Y volvió. Dando la sensación, como siempre, de que compartía tanto, y al mismo tiempo, de que se lo estaba callando todo. Como entonces, éste es su concierto inacabado. Antonio volverá, seguro que vuelve, porque todos seguiremos siempre esperando ese bis...

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