domingo, 17 de mayo de 2009

Antonio Vega

Moncho Conde-Corbal 17-05-2009

Un día triste como otro cualquiera. En el que la luz baja hasta el suelo sin poderse levantar más. Un fantasma negro se alfombra para siempre. Podían ser cien pero escasamente dieron los cincuenta, en Antonio, que se fue con su escuálida desnudez. Allá se van también su imaginación y su recreo. Sólo nos queda la imagen de manos abrazadas al micrófono como a su chica de ayer. Y su voz enlatada por el sueño de lo eterno. Antonio, de generación ansiosa por descubrir mundos inhóspitos a través de hierbas y polvos mágicos de final mortífero. Sida envolvente de explosión alegre inconsciente, en gente moviéndose entre plazas de juventud cual si nunca llegase senectud. Ahora la chica veinteañera explota de ancianidad desparramadora de lágrimas nostálgicas. Simple error de cálculo cuando las ganas de abrazar el mundo a través de cinturas compañeras impedía razonar de dónde vienes, a donde vas. Últimas imágenes grabadas son pupilas grandes haciéndose sitio en párpados como persianas abiertas en cuencas de Guadiana, chorreando música y letras en todo un escenario acusadamente sentimental. Sueño que se quiere coser a la realidad con cuerdas de guitarra entre estertores de energía. Vega fértil hasta el adiós. Su cara denotaba lluvia triste de interior, venas enfermas de exceso de talento, que nadie, nadie, puede ayudar a encajar en un puzle ordinario. No ser seguidor fiel no basta, ‘nunca es tarde para comprender’, dice la letra. Contradicción elevada a documental. Siempre admirado, a foco que lo desea contesta su guiño de desprecio involuntario, un odio y te quiero al mismo tiempo, el deseo de tener el hijo donde no hay momento, escenografía para estudio de un baile puramente emocional. Coros a sus pies, de anónimos atractivos y atrayentes que, sin embargo, no pueden acercarse a él porque desaparecerían de su interés al instante en que, cual corchea, se pudiera coger entre los dedos. Lo sublime está en su imposible, cargado de tesoro para disfrute ajeno, que no se hace propio a riesgo de perderlo todo, su genialidad, el alma que lo posee. Genial. Máscara de pelea por la intimidad del acto creativo, místico camino para creer que es posible llegar más lejos de lo que marca nuestro destino. Grande en su rostro apetecible de los ochenta, grande en la huella hasta ayer del desafío a la vida. Se escucha el eco de una cuerda eléctrica, rasgada por la melodía que canta una generación ilusionada porque la vida sea otra cosa, mágica, sin trágicos desenlaces, donde el deseo se enlaza en la realidad con un mecanismo de droga sin nocivo efecto.
Tiempo de quimera hasta el cierre de la noche en un colchón de casa cualquiera, buscando entre las sábanas de una princesa invitada, el cuento perfecto, tacto de hadas. Hoy la voz sin sonrisa esbozada en el escenario, ojos de mirada traspasadora de una conciencia críptica, que se pierde en un más allá particular e inaccesible para otros, ha llegado a su parada, ha subido por un puente de notas melódicas hacia la bandeja de plata sobre la que descansará. Ternura, derrota, letra, poema, fragilidad, un hombre que busca sin saber que no hay más que la repetición continua del error en la fama que le persigue como una sombra sin sol. De un blanco y negro luminoso e incipiente, al color raido del paso del tiempo, misterio en abundancia, icono de la medianía necesitada de su halo solitario y acogedor.
Suena a otro Antonio, ido por el dolor de huérfano niño en lugar de su orfandad marital. Pelos ocultando mejillas que no sonrojan la piel por fuera sino por dentro, muy dentro de sí. Como niños ambos sin cuna, sin brazos que les tarareen un cielo porvenir, un recreo dentro del existir, algo que dé paz al vértigo de vivir con singular naturaleza sensible. La imaginación sentada en el sol de acostada compone baladas que buscan ser interpretadas por los demás, pero que nunca dejan de buscar el origen, volviendo y volviendo a él. Antonio Vega de mirada alta y baja, como propio sol de ocaso y amanecer, pero siempre mirada profunda y destacada sobre el horizonte musical y poético. Como un torrente de voces unívocas baja por el folio blanco el trazo que rasga su mano imaginaria sobre la guitarra. Adiós, parte de etapa pasada. Allá, donde van las almas que ansían conocer la verdad, allá espero encontrarte, y comprender.

No hay comentarios:

Publicar un comentario